Balthus (París 1908-2001) explicaba así la manera en que vivía la inspiración artística: « Me sucede muy a menudo que no puedo pintar, cuando estoy en mi estudio. Basta, antes, sentarse ante la tela, contemplarla, acariciarla con la mano. Es otra manera de pintar, de proceder. Pintar significa alcanzar, proceder y conquistar. Pasar a través de los secretos, traducir lo que es todavía obscuro, no tratar de dar interpretaciones. Lo importante es esto: a menudo el pintor mismo no sabe por qué. No le corresponde a él traducir, dar cuenta de lo que pinta, ni expresarse en este sentido. Basta que tenga la voluntad de expresar el mundo a través de sus obscuridades».
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Haría falta --observaba Balthus en su entrevista al semanario frances «La Vie»-reencontrar el modo de trabajar de los antiguos, la paciencia de los artesanos, un arte de vivir que espiritualice a los hombres. Haría falta reencontrar la vida en el paisaje, extraer su respiración. En cambio, se intelectualiza, se interpreta, se hacen abstractas las cosas, las formas, los seres. ¡Que se vuelva, por favor, a la sabiduría paciente de Masaccio y de Piero della Francesca, a la lenta, anónima, ímproba fatiga de los pintores de frescos italianos, al vigor sagrado, inocente de Giotto!».
«La pintura --concluía -- debe hacer ver la belleza. Cada color se une a otro para ofrecer, como hacen las notas musicales, una armonía, el sentido de la eternidad y de lo sublime. Pintar responde a una necesidad interior. Es la única exigencia a la que está obligado el pintor y respecto a la cual no debería tener elección. Pero, entonces, no es vana. Gracias a ella, a esta visión interior, buscada sin tregua, incesantemente, el cuadro encuentra de repente su orden y se ilumina».
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Haría falta --observaba Balthus en su entrevista al semanario frances «La Vie»-reencontrar el modo de trabajar de los antiguos, la paciencia de los artesanos, un arte de vivir que espiritualice a los hombres. Haría falta reencontrar la vida en el paisaje, extraer su respiración. En cambio, se intelectualiza, se interpreta, se hacen abstractas las cosas, las formas, los seres. ¡Que se vuelva, por favor, a la sabiduría paciente de Masaccio y de Piero della Francesca, a la lenta, anónima, ímproba fatiga de los pintores de frescos italianos, al vigor sagrado, inocente de Giotto!».
«La pintura --concluía -- debe hacer ver la belleza. Cada color se une a otro para ofrecer, como hacen las notas musicales, una armonía, el sentido de la eternidad y de lo sublime. Pintar responde a una necesidad interior. Es la única exigencia a la que está obligado el pintor y respecto a la cual no debería tener elección. Pero, entonces, no es vana. Gracias a ella, a esta visión interior, buscada sin tregua, incesantemente, el cuadro encuentra de repente su orden y se ilumina».
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