"( .. )Más delirante era el dueño -un hombre elegante- de una librería sin mota de polvo y llena de grandes tesoros (ediciones firmadas por Sterne o Dickens o Henry James, rarezas bibliográficas descomunales). Cada vez que uno inquiría el precio de alguna joya, respondía invariablemente: “Ah, ese volumen no está en venta”. Cuando le pregunté, desesperado, exactamente cuáles estaban en venta, para así acabar antes, me respondió ofendido: “Oh, la mayoría, la mayoría, ¿usted qué cree? No voy a atentar contra mi negocio”. Pero, al intentarlo de nuevo con dos o tres ejemplares más, me decía: “Está visto que hoy no es su día de suerte. Ese tampoco está en venta”. Supe luego por un amigo de Oxford que el hombre era un impostor: un coleccionista que había adquirido un local y fingía ser librero porque, tras hacerse con una magnífica y costosa biblioteca, no soportaba que nadie se la admirara, envidiara y codiciara. Su mayor disfrute era ver cómo sus ingenuos clientes anhelaban sus posesiones, para dejarlos siempre con un palmo de narices.(..) JAVIER MARÍAS

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