El arquitecto suizo Peter Zumthor, en su libro. Atmósferas (Gustavo Gili, 2008) , entre otras cosas, dice lo siguiente: "Entro en un edificio, veo un espacio y percibo una atmósfera, y, en décimas de segundo, tengo una sensación de lo que es. La atmósfera habla a una sensibilidad emocional, una percepción que funciona a una increíble velocidad y que los seres humanos tenemos para sobrevivir. No en todas las situaciones queremos recapacitar durante mucho tiempo sobre si aquello nos gusta o no, sobre si debemos salir corriendo de allí. Hay algo dentro de nosotros que nos dice enseguida un montón de cosas: un entendimiento inmediato, un rechazo inmediato. Naturalmente, conocemos bien la respuesta en el ámbito de la música. En el primer movimiento de la sonata para viola de Brahms (Sonata nº 2 en mi bemol mayor para viola y piano), cuando entra la viola, en un par de segundos ya está ahí, y no sé bien por qué. Y algo parecido ocurre en el ámbito de la arquitectura. No tan poderosa como en la más grande de las artes, la música, pero también está ahí".

Mi deseo seria crear en este blog una atmósfera, nada más que una atmósfera.


martes, 29 de noviembre de 2011

Berger , un campesino de las palabras

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 "No, no tengo un plan. Y esto es así para el ensayo o para la ficción. En ambos casos hay algo previo pero no es un plan, en muchos casos ni siquiera es verbal. Una melodía, quizá.  Hay una especie de piedra final, un coronamiento, al que trato de acercarme para descubrir qué es y las palabras pueden ayudar. En el proceso es necesario volver continuamente a ese algo para verificar si las palabras nos acercan o si por el contrario nos desvían y entonces hay que intentar otro camino.  Aquí podríamos hacer una analogía con el dibujo, porque también allí se trata de un proceso de corrección constante, una acumulación de correcciones. Los errores nos indican el camino. El proceso de la escritura es muy similar: un proceso de continua corrección de palabras, ideas, ubicación. Pero el verdadero secreto, aún en el ensayo, es que lo que cuenta finalmente es aquello que no se dice. Es por ese espacio fabuloso, ese blanco que ha dejado lo dicho, que el lector más tarde podrá ingresar. Y es por eso que usamos no sólo un lápiz, una tiza, una lapicera, sino también una goma, un corrector, algo que nos permita borrar, quitar. Y es allí donde sucede el accidente. De pronto, entre lo que se pone y lo que se quita, aparece ese espacio vacío.  


 ¿Cómo definir el valor del arte?
En términos abstractos, creo que no hay respuesta para su pregunta. Pero hay una noción que quizá pueda acercarnos a una respuesta: la intencionalidad. Cuando uno lee un texto o ve una imagen y percibe la intencionalidad de cada centímetro cuadrado, de cada línea o de cada espacio en blanco, estamos probablemente ante una obra de arte.  Y si damos un paso más, esa intencionalidad se conecta con el proceso de corrección del que hablábamos antes, que es para mí constitutivo del arte. Creemos que el arte es invención, pero eso es una tontería. Aunque deberíamos decir algo más para no simplificar: los accidentes son involuntarios pero hay deliberación en la decisión de conservarlos.
Hay una urgencia que hace que la comunicación, el diálogo del arte -más allá de su valor- cobre importancia. La necesidad de producir más y más focos de resistencia es muy grande . Todo lo que dijimos debería ser puesto en ese contexto. Porque, ¿qué hace este sistema? Despoja al individuo del futuro -nadie piensa en el futuro- y lo obliga a ignorar el pasado como algo prescindible que puede ser tirado como una hoja de afeitar usada. 
De manera que frente a este estado de cosas cada uno debe hacer lo que pueda. El pecado de nuestro tiempo es la pereza. Y es obvio que no estoy hablando de los desocupados que "no trabajan por pereza", como se dice por ahí, sino de la enorme tentación del hombre contemporáneo a no comprometerse. Probablemente porque se lo ha despojado de futuro. Pero si volvemos al ejemplo del arte y a ese proceso constante de ensayo y corrección, y volvemos a la idea de que en el proceso algo puede aparecer, del mismo modo, aún sin promesas de futuro, la necesidad de comprometerse, de resistir, está allí como un proceso. Y paradójicamente, es en ese proceso donde puede aparecer la esperanza. Pensamos alguna vez que la esperanza llegaría como una estrella caída del cielo, pero nos equivocábamos. Y es por eso que esa simple dicotomía implícita en la pregunta: "¿Es usted optimista o pesimista?" me parece tan estúpida. Es un ejemplo perfecto de un pensamiento perezoso que no entiende esa dialéctica del alma que Simone Weil conocía tan bien y que nada tiene que ver con las oposiciones simplistas de las encuestas de opinión. La esperanza o la fe sólo surgen en la oscuridad o en la desesperación
( Extracto de la entrevista  realizada por Gabriela Speranza para el  diario " Clarín " )

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