( Foto de Norman Parkinson ) |
"(..)Es
sólo que cuando alguien muere, pensamos que ya
se ha hecho tarde para cualquier cosa, para todo
—más aún para esperarlo—, y nos limitamos a
darlo de baja. También a nuestros allegados, aunque nos cueste mucho más y los lloremos, y su
imagen nos acompañe en la mente cuando caminamos por las calles y en casa, y creamos durante
mucho tiempo que no vamos a acostumbrarnos.
Pero desde el principio sabemos —desde que se
nos mueren— que ya no debemos contar con
ellos, ni siquiera para lo más nimio, para una llamada trivial o una pregunta tonta (‘¿Me he dejado
ahí las llaves del coche?’, ‘¿A qué hora salían hoy
los niños?’), para nada. Nada es nada. En realidad
es incomprensible, porque supone tener certidumbres y eso está reñido con nuestra naturaleza: la de
que alguien no va a venir más, ni a decir más, ni a
dar un paso ya nunca —para acercarse ni para
apartarse—, ni a mirarnos, ni a desviar la vista. No
sé cómo lo resistimos, ni cómo nos recuperamos.
No sé cómo nos olvidamos a ratos, cuando el tiempo ya ha pasado y nos ha alejado de ellos, que se
quedaron quietos.(..)"
( Fragmento de su nueva novela" Los Enamoramientos " )
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