"No esperen que cante lo que no puedo cantar. No tuve la mesa puesta, ni sábanas de hilo, ni me decían “ven, que yo te quiero”. De modo que ni el mundo me quiso ni yo quise al mundo. Me dejó sentir los miedos de la soledad y tuve que armarme de coraje; ya sé que por ello me llaman valentona, indomable y arrogante, retadora como filo de puñal, pero jamás he odiado a nadie porque el odio acaba consumiendo la sangre, y odiar, como se dice en América, me friega mucho.
Pero el rencor, la vergüenza, la conciencia de fracaso, aquella primera infelicidad se me metieron en las venas y recorrieron mi cuerpo hasta abrasarme. “Si paso por ahí”, me decía, “arranco la pared”. Ése era el coraje que yo tenía. Los nicaragüenses comparan a ciertas personas de carácter rebelde con los caballos chúcaros, que no se dejan poner la silla de montar. Y a mí me gusta decir que a veces soy muy chúcara (…).
Pero el rencor, la vergüenza, la conciencia de fracaso, aquella primera infelicidad se me metieron en las venas y recorrieron mi cuerpo hasta abrasarme. “Si paso por ahí”, me decía, “arranco la pared”. Ése era el coraje que yo tenía. Los nicaragüenses comparan a ciertas personas de carácter rebelde con los caballos chúcaros, que no se dejan poner la silla de montar. Y a mí me gusta decir que a veces soy muy chúcara (…).
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